Me quedé embarazada sin querer a los 45 porque se suponía que era estéril.

Os cuento mi historia.

 

Seguro que no soy la única que se pasó los primeros años de su vida sexual activa temiendo quedarse embarazada.

Revisaba los condones después de cada uso, no se me ocurría ni acercarme a un pene sin ellos y llegué incluso a usarlos cuando ya tomaba la píldora. Por si las moscas.

Qué susto cuando la regla se me retrasaba, aunque fuera unas horas. Cuántas películas no me habré montado.

Fue lo primero en lo que pensé cuando, años más tarde y después de un tiempo intentando concebir, el ginecólogo me dijo que solo podría hacerlo con un tratamiento de fecundación in vitro. Y eso si tenía suerte.

No la tuve. La suerte con las FIV, digo.

Pero sí tuve suerte en la vida en general.

Mi cuerpo no estaba hecho para procrear, lo cual no significa que yo no estuviera hecha para ser madre.

Gracias a la adopción tuvimos primero a nuestra niña y después a nuestro pequeñajo.

Pese a que fue un proceso duro, largo y exasperante, mereció la pena cada papel, cada entrevista y cada mes de espera invertidos en él.

Mi pequeña familia de cuatro era un sueño hecho realidad.

Me quedé embarazada sin querer a los 45 porque se suponía que era estéril
Imagen de Pixabay en Pexels

Una vez nos recuperamos del desembolso económico inicial y de los gastos de los primeros años de los niños, nos atrevimos a comprar una casa.

Nos decidimos por el típico adosado de tres dormitorios y un pequeño jardín. La cuota de la hipoteca resultante rozaba el límite de lo que nos podíamos permitir, pero bueno, nos animamos.

Mis hijos ya no eran tan dependientes y estaban plenamente integrados en el colegio así que me pude permitir apuntarlos a extraescolares, trabajar más horas y, de esa manera, ganar el dinero necesario para que los gastos fijos no nos ahogaran.

Me quedé embarazada sin querer a los 45 porque se suponía que era estéril

Ese verano fue el primero que nos dimos el lujo de irnos de vacaciones.

Recuerdo estar en una tumbona al lado de la piscina del hotel, viendo a los chiquillos jugar con su padre y pensando lo afortunada que era.

Tenía la familia que siempre había deseado, podía compatibilizarlo con un trabajo que me encantaba y hasta podíamos darnos ciertos caprichitos.

Estaba feliz.

Fue al regreso del viaje cuando empecé a preocuparme.

Me encontraba supercansada y no paraba de vomitar.

Creía que era una gastroenteritis pero los días pasaban y yo seguía con las náuseas continuas.

Cuando el médico de cabecera me preguntó si había alguna posibilidad de embarazo le respondí con todo mi aplomo que no. Pero él quiso saber por qué estaba tan segura y mi respuesta no le convenció.

Por lo que me hizo un análisis de orina allí mismo.

Casi me desmayo cuando me dijo que había salido positivo.

Imagen de Andrea Piacquadio en Pexels

¿Cómo había sido posible? ¿En qué momento le había dado a mi cuerpo por curarse y permitir que se diera el milagro?

Tenía 45 tacos y llevaba 18 años sin tomar precauciones porque se suponía que era estéril, joder.

Francamente, me cagué en todo.

No deseaba ese embarazo, ya no.

Lo había buscado durante mucho tiempo, pero ya no lo quería.

No quería tener más hijos. Menos a mi edad.

Mis primeras reacciones y pensamientos fueron bastante egoístas, lo admito.

Me apetecía cero, no me veía con un bebé a esas alturas. Solo podía pensar en todo a lo que tendría que renunciar.

En que ya no podría asumir tanto trabajo, en que nos íbamos a tener que apretar el cinturón.

También me daba miedo la reacción de los niños, cómo lo iban a encajar ellos.

Imagen de Mart Production en Pexels

A mi marido la noticia le sentó sorprendentemente bien.

Tanto que me hizo sentir mal, aunque me ayudó a encararlo desde otra perspectiva y empecé a verle el lado bueno.

Decidimos seguir adelante.

Fue un embarazo complicado, un parto delicado y un shock total.

El día que entré en aquella casa (que ya me costaba un poco más pagar) con un recién nacido en los brazos y un costurón en el vientre, me di cuenta de repente de la que se nos venía encima.

Pero, en lo esencial, todo fue mejor que bien.

Mis hijos adoraron a su nuevo hermanito desde que supieron de su existencia y me ayudaron mucho con él. Fue una de las ventajas de que se llevaran tantos años.

Hoy por hoy puedo decir que, aunque no fue algo que buscase ni era el mejor momento, tener un hijo inesperado a los 45 ha sido un regalo.

 

Anónimo

 

Envíanos tus vivencias a [email protected]

 

Imagen destacada de Gustavo Fring en Pexels