No es ninguna novedad eso de que la convivencia, en general, es complicada y si nos ponemos a hablar de los pisos compartidos… te cagas. A mí me ha pasado de todo compartiendo piso: gente cochina, gente que coge mis cosas sin permiso, que me roban mi cama, que se enrollan conmigo y acaba en drama, y un largo etcétera. De lo que nunca se habla es de las familias de estos compañeros molestos, ¿verdad? Pues yo tuve que soportar a un par de madres encalomadas.

En aquella época compartía piso con un chico y una chica que estaban terminando sus respectivas carreras, tenían uno o dos años menos que yo. Fue una convivencia rara por múltiples motivos, pero sobre todo porque entre nosotros no existía una convivencia como tal, es decir, no hacíamos vida en común. Fui la última en llegar y ese fue el percal que encontré, sin más. O no coincidíamos mucho o se encerraban en sus cuartos y yo mientras en el salón sola viendo Masterchef. 

Visto lo visto no era de extrañar que cuando el chico se rompió un brazo jugando al fútbol su madre viniera a ayudarlo. Tanto la madre como la novia vinieron puntualmente, sobre todo la novia. A raíz de aquel episodio la madre se hizo con una copia de la llave por si surgía cualquier emergencia. Me pareció ok. Lo que no me pareció tan ok fue que la señora, después de que el hijo se recuperase, siguiera viniendo con su llave sin avisar.

Recuerdo un día que llegué de las clases y justo estaba sacando las llaves cuando se abrió la puerta y me la encontré allí: 

“SOY YO, SOY YO”. 

Yo grité. La señora seguía: “SOY YO” con cara de “pero mujer, ¿no me reconoces?”, pero sin identificarse. Que vale que había pasado por el piso alguna vez, pero yo casi que ni le ponía cara y me dio un susto tremendo. “Vengo a traerle unos filetes de pollo al niño.” Al niño que tenía 23 o 24 años en los huevos. 

Otra tarde estaba en el piso con mi novio los dos solos. Conocíamos los horarios de mis compañeros lo suficiente como para saber que, justo a esa hora, era muy improbable que llegaran. No es que nos lo montáramos en el sofá, pero sí estábamos especialmente cariñosos cuando abrió la puerta esta señora. Nos encontró ahí a medio cabalgar, con ropa y tal, pero vamos, que yo me quise morir igualmente. “Traigo dos tápers y me llevo la ropa sucia. Yo como si no estuviera ¿eh?” Clac, clac, clac. Paseaba por toda la casa su pelo cardado estilo Cuéntame mientras tarareaba contenta algo que sonaba ligeramente folclórico. No sé qué me jodía más: que la señora entrara sin llamar como Pedro por su casa o que el hijo fuera un completo inútil y tuviera que encargarse su madre de todo.

Sin duda, el episodio más raro lo viví con la madre de la otra compañera. Era junio y la chica se graduaba, así que vinieron sus padres para la ceremonia. Yo le pregunté si se quedarían, más que nada por hacerme una idea, y me dijo que no, que solo se pasarían a buscarla con el coche. Llegó el día de marras y como apenas coincidíamos a mí se me fue por completo, pero vamos, tampoco era algo que fuera a interferir en mi rutina así a priori.

Llegué de clase a la misma hora de siempre, sobre las tres de la tarde, hora a la que no había gente en casa. Soñaba con comer y echarme un rato en el sofá porque venía reventada. Abro la puerta y me encuentro a un señor desconocido en el sofá, sí, justo donde quería tumbarme, bebiendo una cerveza y viendo la tele. Llevaba puesto un pantalón de traje, iba desnudo por arriba y también descalzo. A pesar de haberme visto entrar me había ignorado por completo. Yo me lo quedé mirando unos instantes con cara de “Pero… ¿usted quién es?”

Antes de llegar a decir esta boca es mía aparece del cuarto de mi compañera una señora que llevaba puesto EXCLUSIVAMENTE una braga faja y unas medias cristal. De nuevo, me asusté. La señora en tetas, tan pancha:

“Ay, hola, tú eres Fulanita, ¿no? Ya me dijo mi hija que andarías por aquí, encantada. Este es mi marido. Venimos muertos de calor, ¡qué calor hace! Voy a poner el aire que me chorrea hasta el canalillo.” 

A mí sí que me sudaba todo del agobio. Me metí en la ducha y cuando salí se habían marchado. Ya no me acuerdo ni del nombre de la chica ni de la cara de la madre, pero no se me va a olvidar nunca a esa señora en modo sirenita pululando por la casa y trasteando el mando del aire acondicionado.

 

Ele Mandarina