Amigos, amigas, amigues: no llego a la operación bikini. La empecé el pasado septiembre con muchas ganas y con unos primeros buenos resultados pero algo se interpuso en mi camino las pasadas navidades y todavía no he podido recuperarme. Ese algo probablemente fue el turrón de Suchard, los polvorones, el roscón de reyes, el champán, los canapés y un montón de cosas más que no necesito explicaros, porque ya sabéis de sobra a qué me refiero.

Y sí, ya sé que estamos en marzo, pero después de caer tantas veces en la tentación durante esas fechas tan señaladas en las que las calorías no importan porque en 2015 me pongo seria con la dieta, no he vuelto a ser la misma. He probado la libertad, la libertad en forma de dulces, más concretamente, y ahora no puedo volver a vivir entre las rejas de las 1300 calorías diarias.

No vivir a base de contar 1300 calorías cada día tiene muchas cosas buenas. Pero también tiene una mala: ya no llego a la operación bikini. Ya no podré lucir palmito en verano y ya solo me queda rezar para que, si me caigo en la orilla de una playa y tardo más de diez segundos en levantarme, no vengan los de salvamento animal para devolverme al mar confundiéndome con un cetáceo. Otro verano de amuermamiento absoluto por culpa de los calores, otro verano de sofocos, de sudar en la calle, en casa y en la cama, de pasar por los escaparates de las heladerías y ver al demonio en cada uno de los suculentos nuevos sabores de helados.

Si estar gorda, en general, ya tiene sus complicaciones, en verano, como en la casa de Gran Hermano, todo se magnifica. Os podría contar mil cosas que empeoran la vida de una gorda en verano pero para mí la más aterradora es la ropa. A más calor, menos ropa, a menos ropa, más lorzas al aire. Probablemente sea una tontería, pero a mí me da por pensar que en invierno soy más sexy porque con más ropa encima parezco menos gorda, por lo tanto, en verano, que hay que ir en tirantes y en falda corta porque si no te da un vahído de la calor que hace, me siento tan bella como Jabba el Hutt.

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Como no quería que el próximo verano me volviera a pasar lo que me ocurrió el anterior, que prácticamente me lo pasé encerrada en casa junto a un ventilador porque ni soportaba las altas temperaturas ni me apetecía salir a la calle a sudar y a sentirme incómoda, decidí coger el toro por los cuernos y comenzar cuanto antes a perder kilos antes de que la maravillosa estación estival volviera a nuestras vidas. Tampoco me exigí demasiado, tenía en mente perder unos quince kilos en nueve meses, pero he fracasado completamente. O me alimento de agua y acelgas de aquí a junio o no podré disfrutar del verano como yo quería.

Pero no me rindo. Hoy empieza mi operación gabardina. ¿Que qué es la operación gabardina? Ponerse estupenda para el otoño. Retomo nuevamente mis hábitos más saludables, le digo adiós a la pizza barbacoa, le digo hola a las ensaladas y a las vinagretas más deliciosas a la par que bajas en calorías y verás tú si el próximo noviembre no me tengo que pillar una semana de vacaciones en Tenerife para lucir el palmito que no podré lucir este verano porque estaré en mi casa junto a un ventilador mascando espinacas.

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