Claramente, en los últimos años ha cambiado la manera que tenemos de conocer gente y de encontrar pareja/rollo/lo-que-sea. No me voy a poner intensa sobre cual es mejor o peor ni lo que nos perdemos ahora por las redes sociales, porque creo que simplemente es una evolución social inevitable al adaptarnos a las nuevas tecnologías. Antes sabías enseguida si a ese chico se le quedaba babilla blanca en la comisura de los labios al hablar, si tenía algún tic, si le olía el aliento… Ahora sabes si usa las H correctamente, los horarios en los que suele estar más disponible, si es atento… Cada cosa tiene su parte buena y su parte mala y que cada uno juzgue lo que le viene mejor.

La chica de la que hoy os voy a hablar había sucumbido a los encantos de las apps para ligar (a eso y a dejar de escuchar a sus amigas insistirle cada día que por qué no se abría una cuenta de Tinder). Llevaba poco tiempo con su perfil cuando empezó a hablar con un par de chicos. Uno de ellos le parecía interesante, tenían mucho en común, buscaban un poco lo mismo en la vida, tenías hobbies compatibles (no iguales, que también es importante), intereses parecidos… Rápidamente él quiso quedar y ella, inexperta en esto, aceptó.

En su perfil se veía un chico bastante atractivo y realmente habían conectado. Entonces quiso hacer las cosas con calma y quedar a media tarde para tomar un café. Ella llegó primero y lo vio venir a lo lejos. Él le sonrió, se puso claramente nervioso al verla y empezó a dar unos pasos extraños, como abriendo las piernas, entonces, justo cuando estaba llegando a la altura de ella, no pudo más y directamente se rascó la entrepierna, parándose a colocar la licra del calzoncillo con toda la calma.

Quizá una pequeña erección espontánea, quizá alguna ETS, quizá un picor repentino… Quizá simplemente era un poco cerdo. Quien sabe. Fuera como fuese no fue la mejor primera expresión.

Tomaron un café agradable y al poco tiempo de estar a su lado olvidó el incidente genital, ya que realmente era un chico bastante interesante. Es cierto que las fotos que ella había visto tenían mucha trampa, pero no buscaba una relación puramente física y era algo que no le importaba en exceso. Entonces decidieron ir a dar un paseo por un parque cercano. Seguían charlando distendidamente, cuando él hizo una pausa para escupir el mayor lapo que ella había visto en su vida. Con su carraspeo previo, sus segundos en boca dando forma y consistencia, y su expulsión ruidosa con el consiguiente CHOF al golpear contra el suelo. Él siguió hablando como si nada, ella no quería mostrar su incredulidad para no parecer una mojigata, pero… ¡Es que había lanzado una flema a su lado en su primera cita! Pensó brevemente si sacar un cartel con la nota, puntuando la proyección, ejecución y culminación del esputo… Pero como él seguía a lo suyo, asumió que era algo tan común en él que ni se planteaba que le hubiese podido incomodar.

Ella empezó a observar más detenidamente sus movimientos y sus actitudes. Era de esas personas que va dando pataditas a los bordillos al andar. A aquel gargajo le sucedieron dos o tres más, por lo que, o estaba en pleno virus respiratorio de vías altas o, lo más probable, es que simplemente fuera un cerdo. Así que no quiso esperar más para poner una excusa y salir de aquella cita lo más airosa posible. Él le escribió días más tarde preguntando qué había ido mal, ella le dijo que no había sentido química. Guardó su numero como “El Flemas” y archivó la conversación.

Entonces se centró en aquel otro chico que parecía encajar en lo que ella buscaba. Las fotos que él le mandó eran totalmente naturales, sin poses raras para disimular la papada ni filtros que le deformen la nariz. Era simplemente un chico que no le llamaría la atención por la calle, pero que tenía un gesto agradable. Hablaron durante una semana y ella ya quiso quedar. Si iba a meterse el dedo en la nariz o salpicar al hablar, quería saberlo cuanto antes. Pero él le pidió que esperasen un poco. Era un chico tímido y quería estar seguro de tener tema de conversación y que no surgieran los silencios incómodos. A ella le sorprendió la sinceridad y la sensación de que quisiera hacer las cosas despacio. Realmente se habían conocido en una app donde la gente busca más parejas sexuales que relaciones a largo plazo, por eso no tenía mucha fe en llegar a algo allí, pero se estaba sorprendiendo bastante con él.

Se llamaba Roberto, tenía un año más que ella. Había estudiado historia del arte, pero ahora trabajaba en una fábrica en las afueras (cosas de la vida actual). Vivía solo con su perra, le gustaba trasnochar, desayunar con calma los domingos y leer durante horas con su perra a los pies de su sillón de lectura. Tras casi un mes hablando a diario y con esta carta de presentación casi imposible de creer, ya no pudo esperar más. Empezaba a sentir cosas por alguien a quien no había visto jamás. Era atento con ella, se preocupaba por las cosas que ella le contaba, podían comentar los capítulos que iban viendo de las mismas series (todas sabemos que hoy en día tener afinidad en Netflix es casi tan importante como en la cama)… Era el momento de verse de verdad y saber si en persona había o no algo de chispa entre ellos.

Decidieron quedar a media tarde en un jardín botánico que había cerca de la casa de él. Era un sitio público, pero podrían hablar tranquilamente, pasear y conocerse un poco mejor. Durante toda la semana expresaron en sus mensajes los nervios que ambos sentían por verse. Supongo que eso que dicen ahora de posponer la recompensa estaba haciendo ese efecto deseado de ilusión y emoción. Quedaron a las 4. Ella llegó diez minutos antes, él también. Y ¿qué hay más excitante que la puntualidad? Ella sonrió genuinamente al verlo llegar, él se puso tan nervioso que dio un traspié y se rio. Al llegar a la misma altura no sabían qué hacer, si darse dos besos, un abrazo, nada… Ella sonrió más todavía, él dijo un tímido “Hola” con aquella voz grave, pero dulce, que ella no había oído antes y que, al sentir la vibración en sus oídos le hicieron perder el control de sus impulsos y, directamente, le besó en los labios sin previo aviso. Él metió su mano entre su cuello y su oreja en una caricia ansiosa. Sin más, allí estaban, de pie entre plantas y bancos de madera, besándose apasionadamente con la sensación de haber encontrado su sitio.

Seis meses más tarde, ella paseaba a la perra de Roberto por aquel parque, recordando aquel primer beso que les llevó a enamorarse perdidamente y a vivir juntos cuanto antes. No querían perder más el tiempo separados. Los desayunos de los domingos eran ahora cosa de dos (de tres, con la perrita).

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