Hace un par de días tuve una experiencia curiosa cuanto menos. Estaba en Twitter y vi que un chico había compartido una foto de unos ventanales preciosos en una casa abuhardillada divina de la muerte con el siguiente mensaje (o parecido, que mi memoria es una mierda): me mudo a Madrid a trabajar y esta va a ser mi casa. Si no recuerdo mal, la empresa se había encargado del alquiler del piso y oye, el chico estaba encantado. Además, por la foto era un rincón precioso.

Me puse a leer los comentarios y flipé en colores:

– Pues ya verás para limpiar toda la mierda de esos ventanales.

– En verano te vas a morir de calor con esas ventanas.

– Prepárate para darte golpes en la cabeza porque es un piso abuhardillado enano.

– Seguro que la foto es de Idealista y en persona es una mierda.

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¿EN QUÉ MOMENTO NOS HEMOS VUELTO TAN RANCIOS?

Lo que acabo de compartir es sólo un pequeño ejemplo de lo que día a día sucede en redes sociales. Seguimos a ochocientas personas de las cuales sólo conocemos a 100, saludamos por la calle a 50 y nos caen bien 20. Vale, hasta aquí todo bien. Yo soy la primera a la que le gusta ver los outfits de tías estilosas y los pisitos boho-rústicos-industriales que la peña sube a Pinterest. El cotilleo mola.

El problema surge cuando empezamos a comparar nuestra vida con lo que vemos en la pantalla del móvil, y SALIMOS PERDIENDO. Admítelo, tu vida no es como la de Dulceida. No te puedes permitir una casa rural en Navidad con tus colegas y tus padres. Tampoco sabes esquiar, y si lo hicieses la ropa no te quedaría tan bien como a ella. Parecerías una croqueta embadurnada de nieve. NO PASA NADA. Tampoco eres Ashley Graham, que está embarazadísima y más guapa que nunca. Cuando tú te quedaste preñada parecías el monstruo del pantano. Da igual.

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¿Qué más da que le vaya bien a un influencer que ni conoces ni conocerás? ¿Por qué centrar toda tu energía en odiar su felicidad o, peor aún, perder el tiempo dejando un comentario hater? Lo reconozco, yo soy la primera que ha deseado que a algún influencer le diesen un golpe de humildad, pero chiquis, tampoco voy a centrar mi vida en eso.

Dejemos al chiquillo del que os hablaba al principio del artículo disfrutar de su buhardilla con ventanales gigantes llenos de mierda. Dejemos a Dulceida pasárselo bien esquiando con su mujer, sus colegas y su familia. Dejemos a Ashley Graham disfrutar del dolor de pechos del embarazo. Igual lo que suben a redes sociales no refleja lo felices que son, o igual son las personas más afortunadas, alegres y maravillosas de la tierra. Sea como sea, a ti te la debería sudar.

Céntrate en tu vida, que bastante tiempo perdemos dando likes en Instagram como para encima compararnos con peña que no sabe de nuestra existencia.