Cuando en el colegio y en el instituto los compañeros de clase se burlaban cruelmente de mí y me ponían apelativos “cariñosos” en relación con mi sobrepeso, mi madre al verme llegar a casa entre lágrimas, siempre me repetía que mi cuerpo cambiaría al llegar a los 30, que siempre era así con todas las mujeres de mi familia. Claro, en aquel entonces, y durante mucho tiempo después pensé que esas palabras eran apenas un intento de consuelo para que me aferrara al mito esperanzador del patito feo que se convierte en cisne.

Un trastorno alimenticio en la adolescencia, 25 kilos recuperados, 10 años después y un índice de grasa corporal actual del 16% , puedo decir : “Mamá, tenía razón”. Ahora  puedo enfundarme en esos shorts minúsculos del Bershka, correr durante 50 minutos diarios sin que mis rodillas se resientan y echarle los trastos a chulazos 4 años más jóvenes que yo con altas probabilidades de éxito. Según mis amigos de sexo masculino, me he convertido en lo que ellos denominan “un pivón”. Evidentemente, no ha sido únicamente mérito genético, ya que mi reciente afición por la vida saludable y el fitness me ha hecho replantearme todos mis hábitos alimenticios, pero el hecho es que con 29 años me encuentro físicamente mucho mejor que cuando tenía 19. Y no solo en el nivel físico, sino también emocional, a pesar de no tener pareja , ni trabajo estable, soy mucho más feliz que entonces, y aunque el físico no lo es todo, sí que sentirse a gusto dentro de la piel de una te hace sonreír con más ganas al Sol cada mañana.

Siempre admire y envidié a las mujeres que , independientemente del tamaño de sus caderas, eran felices con sus cuerpos y regalaban vitalidad y optimismo a raudales. La gran mayoría de las mujeres que leéis esto, sois así, y gracias a vosotras el mundo es un poco más hermoso. Sin embargo, yo no era así, intentaba aparentarlo, pero no lo era del todo. Supongo que el hecho de que en mi familia, todas las mujeres hayan sido deportistas y maduritas interesantes, condiciona mucho mi perspectiva de lo que yo debía ser. Al final los genes han sido fuertesy me he convertido en una de ellas…Perfecto, ¿no?…Ahora puedo ir a playas nudistas sin miedo a esconder las lorzas, y saltarme la cola de más de un garito desplegando sonrisa y pierna tonificada.

Suena como el paraíso, ¿Verdad?.

Pues no, no lo es. Y a continuación os explicaré los inconvenientes de lo que pasa cuando te conviertes en cisne:

1 – Parece obvio pensar que tienes que renovar tu vestuario, ya que hoy caben dos como tú en el vestido que llevaste a la boda de tu hermano.

Si has sido un poco soñadora o compradora compulsiva puede que tengas en el armario alguna  falda talla M con etiqueta y todo que te compraste pensando en el “ya adelgazaré” y que quizás no este apolillada y puedas usar. Si no, prepárate a tener que ir de tiendas ,y fundir la tarjeta de crédito – que si eres poco amiga de multitudes, es un infierno-. También tendrás que despedirte de aquellos conjuntos que tan bien te quedaban…O probar a lavarlos con agua a 70º a ver si encojen.

2 –  Tu culo grita que tienes apenas 20 años, pero tu cara ha envejecido unos 5.

De repente aparecen arrugas y marcas faciales que cuando tenías cara bollito no se veían. Antes parecías Mérida de Disney, ahora eres más como Cruela de Vil y ni todo el maquillaje del mundo va a evitar que reflejes la edad que tienes.

3 –  De repente, en tu grupo de amigos de “toda la vida”, dejaste de ser la tía enrollada para convertirte en objetivo.

Esto puede dar lugar a serios problemas si tu no estas interesada en ningún colega del grupo. Al principio, puede resultar halagador, pero piensa que, si ese chico que te conoce de siempre no se fijó en ti con 20 kilos de más…¿De verdad merece la pena?.

4 – Cuando estas gorda, piensas que estando más delgada conseguirías conquistar a todos los hombres que te propusieras.

Y sí, lo haces : Te puedes llegar a acostar con el gogo de la discoteca, el rubio de sonrisa perfecta del Tinder, y el dios de ébano del gimnasio serán tuyos durante una, dos o tres noches, pero nunca los retendrás. ¿Por qué?… Les acojonas. Seamos coherentes : Las mujeres que hemos sido gorditas, hemos tenido que desarrollar una vida interior bastante más rica que aquellas que lo han tenido siempre fácil por ser monas desde la cuna. Leemos, estudiamos, somos graciosas y tenemos una resilencia mental superior a la media… (siempre generalizando, claro). Si eso da miedo al común cobarde de los hombres, imaginaos cómo es cuando encima el envoltorio tiene tanto músculo como ellos.  A veces creo que voy a morir sola con mis perros y rodeada de suplementos de proteína.

5 – Tus amigas empiezan a odiarte secretamente.

Antes salir contigo molaba, porque era la gordis del grupo y ellas brillaban a tu lado, ahora es al revés: Ellas con 30 años ya tienen celulitis, brazos descolgados y tripita…y tú un tatuaje nuevo en el costado que dejas relucir con tu crop top. Adivina quién va a ser el objetivo principal cuando salís a cenar… Y ellas no lo van a reconocer conscientemente, pero la inquina de “sus bromas de amiga” se ve aumentada exponencialmente, y te las encontrarás desvelando anécdotas embarazosas a tu ligue yogurín de turno. Si las confrontas, ellas dirán que “no saben por qué lo hacen”, y es cierto: No lo saben.  Es algo atávico, ya que al fin y al cabo somos animales y de repente, te has convertido en competencia.

6- Tus intereses cambian.

Cosas que antes te parecían importantes como las tendencias de moda, series de Showtime  y tu ex, pasan a ser poco relevantes. Quizás es porque estas más centrada en tus entrenamientos y en tus objetivos personales a largo plazo, pero ya esas crónicas eternas y análisis pormenorizado de las conversaciones de whatsapp de tus amigas y sus ligues, te parecen una pérdida de tiempo. Para ellas, tu plan de entrenamiento semanal y tus zumos detox serán una “obsesión enfermiza”, aunque ellas fumen compulsivamente y adoren la bollería industrial en las noches de chicas.

7 – Vas a volver a sentirte muy sola.

¿Recuerdas ese sentimiento de cuando eras adolescente y te sentías diferente? Pues ahora es muy parecido, ya que tus amigos – a excepción de los gays – van a querer acostarse contigo, tus amigas con pareja  irán distanciándose de ti debido a maternidad, las solteras se distanciaran por otros motivos y al final te encontrarás recorriendo el mundo tú sola con tu mochila de recuerdos y unas ganas enormes de exprimir cada instante.

La vida tiene fases muy extrañas, y no la de todo el mundo sigue el mismo orden ; así también los cisnes a veces no siempre son las aves más felices del estanque, ni tampoco los patos deben de sentirse los parias por ser patos.  Lo importante es no juzgar al resto de las aves por no llevar el mismo estilo de vida que los demás. Al fin y al cabo, todos tienen alas y derecho a poder volar para alcanzar sus sueños.

Autor: Guiomar Alba