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Sí, las copas se nos habían ido completamente de las manos. Junto a nuestra delegación española algunos de nuestros compañeros romanos se habían unido a la pseudo-celebración. Nos habían llevado a uno de los barrios con más ambiente de toda la ciudad, Trastévere. Una zona bohemia repleta de pequeños restaurantes y bares, con las calles abarrotadas de gente, con música en cada esquina. Allí se amontonaban grupos de lo más variopinto.

Un plato de exquisita pasta con trufa y unas cuantas copas de vino después ya no sabíamos ni en qué idioma hablábamos. Habíamos comenzado la velada muy serenos, comentando serios todo lo que había ocurrido en la oficina, pero parecía que aquel delicioso vino de la casa nos había animado más de la cuenta. Dejando a un lado las conversaciones profesionales, llevábamos buena parte de la noche bromeando con detalles sobre cómo era la vida en Italia, y sobre todo, cómo los italianos había sabido conquistar a muchas mujeres españolas.

A mi lado, Diana se mantenía sonriente pero silenciosa, nunca había tenido demasiada relación con aquella chica algo más joven que yo. Aunque obviamente aquello no significaba en absoluto que no me pareciese una mujer estupenda y, sobre todo, muy trabajadora.

¿Estás bien? Desde que hemos llegado te noto muy pensativa, ¡anímate!‘ La zarandeé un poco brusca, quizás demasiado, de hecho.

Oh, sí sí, es que no soy yo mucho de estas cosas. Además, me he bebido un par de copas de vino y estoy algo mareada. Solo necesito descansar.‘ Diana dibujaba una sonrisa forzada que me preocupó lo suficiente como para comentárselo a Roberto, que se encontraba sentado a mi otro lado.

Él, que todavía se veía a sí mismo como responsable de aquella misión española en Italia, se levantó rápidamente y comentó algo al oído de de Diana en medio de todo el bullicio del restaurante. Al segundo, ella también se puso en pié y tomó su abrigo y su bolso.

Compañeros, nosotros regresamos ya al hotel, Diana está indispuesta y no me parece bien dejarla ir sola. No terminen la fiesta tarde, mañana hay que poner todo en marcha.

La filial italiana aplaudió como si le hubiese tocado la lotería y los españoles les seguimos el rollo como si aquello fuese súper divertido. Tras el vino el dueño del restaurante decidió que no podíamos irnos de su casa sin probar el mejor limoncello de la zona. Recuerdo los tres primeros chupitos, los siguientes los guardo a buen recaudo mucho más borrosos pero igual de deliciosos.

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Siempre que bebo pienso lo mismo, ¿quién me mandará a mí a mi edad meterme en esos berenjenales? Eran las 7 de la mañana, el despertador de mi teléfono móvil no cesaba y yo solo podía pensar en vomitar hasta la última papilla. Apenas tenía una hora para presentarme en el hall del hotel y así ponernos en marcha hacia la oficina y no tenía ni idea de cómo ni cuándo había llegado a mi habitación.

Fue un alivio que una parte de mis compañeros luciesen claramente igual que yo. Sentados en los sillones del hall Carlos y Fran miraban al infinito con cara de muy pocos amigos. Me acerqué a ellos como si me encontrase como una rosa y bromeé sobre mi intención de desayunar un buen croissant empapado en limoncello. Real que tan solo pensarlo el vómito regresó a mi garganta.

Tan solo faltaban Diana y Roberto. Eran las 8 en punto y me resultaba muy curiosa su falta de puntualidad. Tomé el teléfono y llamé a nuestro jefe, para mi total sorpresa, al otro lado una voz femenina respondió en tono apurado.

Ahora mismo bajamos, Elena. Dice Roberto que le disculpéis.

¿Diana? ¿Pero qué estaba pasando? Era nuestra primera noche en Roma y ¿así estaban ya las cosas? Tomándomelo con total madurez, como si aquello no me sorprendiese en absoluto, los observé salir del ascensor mirándose cómplices. Intenté pensar por un momento, puede que aquello no fuese más que una casualidad. Era probable que Diana hubiese ido a buscar a Roberto a su cuarto esa mañana para bajar juntos y por eso había respondido ella a mi llamada. Claro, aquella era la explicación más sensata.

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Tomé asiento ante mi mesa con toda la intención de comenzar a revisar informes de marketing sobre los diferentes hoteles del país. Me apetecía tanto aquello como pegarme un tiro en un pie, pero nadie me había mandado beberme todas las reservas de vino y limoncello de Italia en una sola noche. Mi cuerpo me pedía otro café, no llevaba ni media hora en la oficina. Gran éxito de productividad en mi primer día.

Salí de mi despacho para dirigirme directa a la sala de descanso y así servirme tres litros de café bien cargado. Abrí la puerta y ¡ZAS! Mi cuerpo chocó de lleno contra alguien que en ese instante se encontraba ante mi puerta. El golpe me desconcertó del todo. Cuando me recompuse me encontré frente a mí a un chico joven, perfectamente trajeado.

Buenos días Elena, disculpa. No era mi intención presentarme así. Me llamo Fabio, soy tu asistente personal.

Miré a Fabio, que me observaba con gesto risueño y a la vez muy profesional, tendiendo su mano para saludarme. Yo seguía encontrándome como el culo, pero al menos ya había salido de dudas sobre la identidad del famoso ayudante. Estaba claro que Fabio no era una mamma romana, pero sus reseñas decían de él que no podían haberme adjudicado a un mejor asistente en toda Roma.

Continuará…

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