Siempre me había aferrado a las relaciones porque las había entendido como algo inmóvil, eterno, que si se rompe es señal de falta de amor y que hay que mantener a cualquier precio. Claro que esto tiene que ver con mi baja autoestima, que desde pequeña fue prácticamente nula, y que me hacía sentir tan poco merecedora de algo bueno que mantenía a mi lado a cualquier persona que me diera una simple caricia, aunque no me llenara.

Cuando hablo de amor, hablo del amor a gran escala, no solo en una relación de pareja. En las amistades, en la familia…Nos olvidamos de que somos personas con formas de sentir distintas, que evolucionamos constantemente y que no le debemos eternidad a nadie. 

Todo el mundo me hablaba de poner límites. De dejar ir a las personas cuando sientes que ya no riman contigo. Para mí era algo inconcebible y juraba a fuego en mí que las personas que me acompañaban nunca se irían de mi lado. 

Cuando trabajé mi autoestima y empecé a conocerme de verdad, algo me decía dentro de mí que había personas con las que ya no sentía la misma conexión. Conversaciones que ya no quería seguir manteniendo, hábitos que no me hacían bien, relaciones que me hacían daño…Y aprendí a dejarlas ir. 

Hoy quiero compartirte cómo ha sido este proceso para mí. No significa que tenga que funcionar de este mismo modo para ti pero quiero que al menos dediques unos minutos a ser consciente de si te sientes de esta forma con alguien de tu entorno.

Empecé a darme cuenta de que había relaciones que no me apetecían. Cuando esa persona me proponía quedar, intentaba pensar tres millones de excusas por las que no podía quedar y encima me sentía mal por hacerlo. Recibía un mensaje y trataba de evitar leerlo y contestar y también me sentía mal por hacerlo. Todo el rato me forzaba porque me daba terror el conflicto y ese momento de decir “no me siento bien con nuestra relación” pero la realidad es que me estaba obligando a situaciones que, por el motivo que fuera, no me hacían feliz. Si sientes que no te apetece, reflexiona desde el minuto uno por qué puede ser y respétate.

Al hacer esa reflexión buscando el por qué, me di cuenta de que esas relaciones de alguna forma, más intensa o menos, me hacían daño. A veces eran los comentarios que hacían “por mi bien” pero que me dolían, haciéndome sentir vergüenza o culpa. En otros casos fueron las formas tan poco asertivas con las que se me trataba. Otros en los que sencillamente ya no me sentía libre de ser yo. Había aprendido a normalizar que me interrumpieran, que no me dejaran hablar, que me “regañaran” al decir algo, que juzgaran cada aportación con sus propias opiniones…Y hubo un momento en el que me di cuenta que eso no tenía por qué ser así. En una relación hay discrepancias, claro que las hay, pero hay espacio para las opiniones de todos y puede haber debate pero no intentar convencer con tu verdad. En la vida todos nos merecemos brillar sin necesidad de apagar al resto. Si esto no es así…Ahí tienes otra señal.

Sigue tu intuición. No mantengas algo que te duele o te hace sentir mal porque el amor en sí mismo es sencillo, fluido, es calma. Cuando deja de serlo es que no es amor. Tal vez sientes que esa relación no es tan sana como al principio y da igual si a la otra persona le parece una chorrada lo que piensas, si para ti es importante debes darte prioridad. No te aferres a relaciones que no te permiten ser. A veces me mandaba un mensaje una persona y sentía una punzada en el pecho. Sentía que mi corazón se aceleraba, pensaba si habría visto que estaba en línea o no, en qué tono sería su mensaje, si iba a decirme de quedar con lo poco que me apetecía…No, sentir eso no es para nada normal pero en algunos momentos te lo parece. A veces estamos tan desconectadas de nuestro interior que apenas percibimos esas intuiciones o las callamos a toda costa. Bien, es momento de que sepas que lo que te pide el cuerpo es lo que realmente necesitas. Dónde no puedas ser tú…no es. 

Vas a cambiar. Y te lo digo feliz porque todos tenemos derecho a cambiar. Tenemos derecho a pensar distinto, a sentir distinto, a actuar distinto. El problema es que cuando tú cambias, el resto no lo hace y eso provoca el conflicto. Ese “tú antes molabas” que no significa otra cosa que, en este momento, ya no cumples las expectativas que la otra persona tiene sobre ti y es muy posible que el hecho de que tú necesites avanzar en otro rumbo provoque mucha rabia y frustración en la otra persona. Con el tiempo he entendido que es en parte por la sensación de “¿por qué me abandonas?” que surge en todos nosotros con las pérdidas pero debemos aprender a dejar ir con gratitud. Sé que no es fácil, que las emociones están ahí y quieren salvarnos de la catástrofe que es para todos estar solos y abandonados pero ey, déjame recordarte que las relaciones van y vienen. Nada es tan catastrófico como lo vivimos al principio. No tengas miedo de necesitar tu propia evolución. Habrá personas que puedan quedarse y otras que no, lo cual es sencillamente ley de vida.

Convéncete de que dejar ir no es darse por vencido. No es ser débil, no es rendirse. Es comprender que estamos en constante crecimiento y aceptar que hay relaciones que sencillamente no pueden ser. Aprende a dejar ir con gratitud, que implica ser conscientes de lo bueno que hemos compartido con esa persona, de lo bonito que nos ha aportado y agradecer esa etapa que formará parte de nuestra vida para siempre. Desde ahí no hay rencores, no hay ira, no hay rabia. Hay aceptación, de que no somos seres estáticos y nos merecemos encontrar relaciones que rimen con quienes somos en cada momento de nuestra vida y no sentirnos culpables por ello.