VIRGENES NO, GRACIAS

 

La segunda vez que me dijeron que si era virgen preferían no follar conmigo, fue en el Oasis.

Le conocía de vista desde pequeña, él era de «los mayores» pero me gustaba. Siempre con un pitu en la boca y una lata de cerveza en la mano.

Cuando pasó de camino a la barra me preguntó que por qué no le acompañaba a pedir, pero me hice de rogar y le dije que no, que estaba con mis amigas. Me miraba desde la barra sonriendo… El deseo entra en escena, quiero besarle.

Yo llevaba un vestido negro precioso que me quedaba genial y había ido a la peluquería. Él seguía con la coleta enmarañada y la voz de cazallero.

Choca conmigo al pasar y me dice al oído que es una pena que no quiera separarme de mis amigas cinco minutos porque se muere de ganas de comerme la boca. En aquella época no llevábamos mascarilla y a mí siempre se me dio mal disimular las sonrisas. Le beso.

Todavía sonrío ahora al recordarlo. La sonrisa triunfal y el beso.


Llegamos besándonos y dando tumbos entre la gente hasta la terraza discoteca. Y caemos sobre una silla de esas cutres blancas de playa. Pablo también era de los que no cerraba los ojos, de los descarados que no quiere perderse nada. Nos besamos con las ganas de los años. Sabía a nicotina. Me cogía la cabeza con fuerza y me decía que era preciosa, que lo había sido siempre.

También decía que aquello no podía ser, que se acordaba de mí de pequeña cuando mi madre me llevaba al colegio peinada con dos coletas.

Pero ni yo, ni el bulto de sus vaqueros pensábamos lo mismo. Bahh calla y bésame. ¿Vamos a otro sitio? Vamos. No eres virgen ¿no?

OMG ¿por qué a mí? Y allí entre sillas cutres de playa y un calentón de narices, me dijo que no podía hacerlo. Que la primera vez se recordaba siempre y que tenía que hacerlo con amor. Yo no daba crédito.

Nos volvimos a ver varias veces durante los siguientes veinte años y siempre bromeábamos con que teníamos una cuenta pendiente, alguna vez nos dimos algún beso. Y después de uno con los ojos cerrados, me dijo que de tanto esperar había pasado nuestro momento, que yo no querría acostarme con un hombre como él, con un hijo y los ojos vidriosos por el alcohol.

No sé cómo son los hombres como él y no creo que su hijo ni los ojos vidriosos tuviesen nada que ver, pero es verdad que los momentos pasan y que a veces, cuando vuelven, no te apetece cogerlos porque ya no los deseas.

 

La Vetusta Bloguera