Hace ya algunos meses que me dije a mí misma «Le voy a pedir matrimonio a mi novio»

No fue una decisión racional, fue algo que sentí, algo que me apetece hacer, algo que me sale del corazón. Y aún así, aunque sea algo que nace de mi, de forma sincera y como máxima expresión de mi romanticismo, me he visto obliga a justificar esta decisión incluso conmigo misma.

¿Cómo me justifico que sea yo la que le va a pedir matrimonio? ¿Es un acto de empoderamiento? ¿De feminismo? ¿Significa eso que eres el alfa de la relación? No sé, yo no lo creo. Simplemente, es la única manera que encuentro para poder expresarle y demostrarle que él es el amor de mi vida.

Siempre había creído que mi entorno estaba formado por personas de mente abierta que creían en la igualdad REAL de género hasta que les conté lo que tenía en mente. Entonces empecé a recibir preguntas como: «¿Pero por qué quieres hacerlo tú?» «¿Tienes miedo de que él no te lo pida nunca?» «¿Crees que eres tú la que debe dar el paso?» «¿No crees que yo he vivido más y puedo decirte que un buen matrimonio no se empieza así, forzándolo?» «¿No te da vergüenza que la gente sepa que has sido tú quien lo ha pedido?» «¿En serio me dices que le vas a poner un anillo en el dedo a un hombre?» «¿Y si luego os divorciáis no te quedará la duda de si es porque se lo pediste tú?»

En fin, ya te puedes hacer idea a qué tipo de comentarios tuve que hacer frente. Pero cuando todo ese murmullo antinatural desaparece, me sigue quedando la ilusión y ese sentimiento único que me dice que esta es la persona con la que deseo pasar el resto de mi vida. Sé que es la persona con la que deseo vivir el resto de mis aventuras.

Y si: soy mujer y le voy a pedir matrimonio a mi novio.

¿Y te cuento un secreto? Eso no me convierte en una desesperada que necesita atarse a alguien, tampoco me convierte en una mujer emocionalmente dependiente ni me convierte en una mujer que pierde su orgullo o dignidad por su novio.

Todo lo contrario, siempre he sido más independiente que un gato y no necesito a mi novio para ser feliz. Era feliz antes de él y lo sería si algún día sale de mi vida. Es muy simple: Me encanta mi vida, me siento cómoda en mi entorno, cómoda con la vida que he construido y me he enamorado como nunca antes lo había hecho.

Una pedida de mano no tiene porque ser de rodillas ni con un anillo, creo que más que un ritual, debería ser algo sincero, una conversación y la promesa de la mayor aventura de nuestras vidas. No por ser yo la que comience la conversación tengo porque asumir el clásico rol de un hombre. Eso no funciona así.

Incluso me atrevo a decirte que me enerva cuando algunas chicas se quejan porque la «pedida» no ha estado a la altura de sus expectativas. No se trata de un acto protocolario, se trata de un momento privado en el que la persona a la que más quieres te confiesa que desea pasar el resto de su vida a tu lado. ¿Cómo puede haber personas que tengan el descaro de evaluar algo tan especial?

Hay mil maneras de hacer una pedida. Yo no sé cómo se lo pediré aunque para ser sincera, no quiero que nadie lo sepa. Quiero que sea algo nuestro, íntimo y real. No sé si será mientras vemos una peli en pijama o si será mientras tomamos vino a las orillas del Sena.

Esperaré hasta el momento adecuado, porque sé que cuando el momento llegué, lo sentiré. Cuando llegue el momento, le miraré a los ojos y le confesaré que es el amor de mi vida y que deseo compartir mi vida con la persona más valiosa que he encontrado. Y créeme que para abrirle mi corazón no necesito ser un hombre y mucho menos necesito darle un anillo.

M.Arbinaga