A lo largo de la vida pasamos por miles de primeras veces.

Algunas son más agradables que otras, algunas fáciles y otras difíciles.

Algunas las recodaremos siempre, otras no sabríamos decir ni cuándo ni cómo ni dónde ocurrieron.

Pero si hay una primera experiencia que marca, esa es la primera relación sexual.

Por algo se le suele llamar ‘mi Primera Vez’, en mayúsculas, con todas sus letras y sin necesidad de más explicaciones para que quede claro de qué estamos hablando.

Compitiendo quizá con el primer beso, el primer coito/cópula/polvo/canivete (que cada una lo llame como quiera o corresponda) es algo que, para bien o para mal, llevamos guardadito en un rincón especial de nuestra memoria.

Sería maravilloso que todas pudiésemos llamarlo ‘la primera vez que hice el amor’. No tanto porque los dos implicados deban profesárselo, sino en el sentido de que el acto en sí llegue desde una base de deseo, respeto y confianza mutuos. Al menos esa primera vez que, de alguna manera y en muchos casos, puede marcar el resto de la vida sexual de los participantes.

Si nos pusiésemos a relatar cómo fue nuestra Primera Vez estoy segura de que nos encontraríamos con ciertos temas comunes tales como miedos, vergüenza, nervios, inseguridades, etc.

Y creo también que, a medida que crecemos y maduramos, la complicación aumenta porque todas esas cosas que sentimos en torno a los inicios en el sexo crecen con nosotras y se nos van haciendo bola con la edad.

No por ninguna cuestión física ni ninguna certeza real, sino porque nos vamos haciendo resistentes al cambio y a la novedad.

Que al final es como todo, y, aunque es perfectamente posible, no es lo mismo aprender a andar en bici con cuatro años que con cuarenta.

En cualquier caso, tres chicas me han contado cómo fue tener su primer polvo a partir de los treinta y me han dado permiso para plasmar sus experiencias aquí:

 

  • INEXPERTOS. Soy extremadamente tímida, de esas personas calladas y en un permanente segundo plano, no por falta de ganas de pasar a la acción, sino por total y absoluta incapacidad. Siempre me costó horrores relacionarme y hacer amigos. Pero en la adolescencia descubrí, como muchos, que enmascarada detrás de una pantalla la cosa cambia, y que relacionarse y comunicarse es más sencillo cuando no te impone la presencia física de los demás. Y así, muchos años más tarde, conocí a Marcos, un chico que rondaba por uno de mis foros habituales. Teníamos muchas aficiones comunes y una personalidad similar, pues él es igual de tímido e introvertido. Meses después de relacionarnos desde nuestros respectivos ordenadores llegamos a la conclusión de que nos gustábamos y que deberíamos conocernos en persona. Gracias a todos los bits la cosa salió bien. Tan bien que el paso de lo virtual a lo físico fue mucho más rápido de lo que hubiera podido imaginar. Nuestra tercera cita fue en mi casa y no tardó en trasladarse al dormitorio. Pero, ay, menuda noche. Demasiada inexperiencia, torpeza y vergüenza para que la cosa saliese como había planeado. No conocíamos bien nuestros propios cuerpos, cómo leches íbamos a conocer el otro. Vamos, que no fue posible porque cada vez que intentábamos la penetración yo me cerraba y a él se le bajaba. Un despropósito criminal. Yo tenía treinta y uno, él veintinueve y te diré que para cuando logramos follar como dios manda, él ya había cumplido los treinta. Porque, aunque al principio lo pusimos difícil, teníamos tantas ganas de pasar de nivel y sabíamos tan bien que no se nos iba a presentar otra oportunidad de hacerlo con alguien con quien tuviésemos esa confianza, que lo seguimos intentando hasta que salió como es debido. Nuestro idilio terminó poco después porque nos utilizamos mutuamente para ese propósito, ambos lo supimos con el tiempo. Pero lo cierto es que nos ayudó a entablar relaciones con otras personas y a día de hoy seguimos siendo grandes amigos.

  • LO BUENO, SI BREVEYo no tengo una excusa que justifique haber llegado a la treintena con el chichi intacto. Tampoco creo que la necesite, la verdad, pero bueno, que por lo que sea el sexo no fue una prioridad para mí cuando era más jovencita y el asunto no me empezó a picar hasta quince años más tarde que la media. Poco después de cumplir los treinta y tres decidí que había llegado el momento de iniciarme en el sexo con otra persona, porque no tenía ninguna experiencia en ese terreno, pero sí conocía mi cuerpo y cómo obtener placer. Cometí varios errores que se me pasaron por alto en mi plan. El primero fue buscar a un chico con experiencia sin necesidad de que hubiese algo más que la simple atracción física entre los dos. El segundo, y más grave, dejarle saber que era mi primera vez. Todo fue según los parámetros normales y esperados durante el cortejo inicial y los preliminares, aunque tampoco es que se lo currara mucho. Quiero decir, fue cauto y cuidadoso, o al menos no fue bruto. Pero en cuanto se me puso encima y me penetró, dio unas cuantas sacudidas y hasta luego Maricarmen. Tardó en correrse menos de lo que tardaba yo conmigo misma, y eso que me tenía muy pillada. Mi decepción debió de ser evidente porque se le ocurrió aclararme que los polvos de más de cinco minutos eran un mito perpetuado por el cine porno y que si le daba un rato podría intentar repetir. Me fui a mi casa pensando que ni de coña había durado cinco minutos y que el sexo está sobrevalorado, pero seguí probando y ahora sé que lo que está sobrevalorado es el ego de algunos.

  • HORRIBLE. Cuando era jovencita sufrí bullying por mi obesidad. Llegué al punto de tener que cambiar de instituto y, aunque en el nuevo no sufrí acoso, sí tuve una relación horrible con un chico que, en resumidas cuentas, decía que quería estar conmigo, pero se avergonzaba de mí y ocultaba nuestra relación. Por si esto fuera poco, a pesar de estar un tiempo juntos y de tener cierta intimidad, no llegamos a tener relaciones sexuales completas porque no conseguía mantener la erección. Cosa de la que me echaba la culpa a mí con frases que no quiero ni recordar. Después de él me quedé devastada y aún más acomplejada de lo que ya llevaba media vida. Pero no hay mal que cien años dure, con terapia conseguí mejorar mi autoestima, la relación con mi cuerpo y con los demás. Empezaron a gustarme de nuevo los chicos y a entrarme las ganas de vivir y de tener las experiencias que toda chica joven quiere tener. Sin embargo, no era capaz de intimar con nadie, no quería exponerme y arriesgarme a volver a escuchar crueldades contra mi físico. Así que fui al médico, cambié totalmente mi dieta, aprendí a comer de forma saludable y comencé a hacer deporte con regularidad. Me llevó dos años de grandes sufrimientos alcanzar la talla y silueta que tanto deseaba. A los treinta y cuatro me servía la ropa que quería y la báscula me mostraba la cifra que quería, por tanto, aunque yo seguía viendo a la misma chica acomplejada del instituto en el espejo, decidí que estaba lista y que no iba a huir cuando llegara el momento. Poco después conocí a un chico encantador (de serpientes, supe después) que me gustaba mucho y al que yo también le gustaba. Salimos unas cuantas veces antes de pasar a mayores y a mí el tema me ponía supernerviosa. Sopesé la opción de ponerle en antecedentes para poder pedirle paciencia, pero ni estaba preparada ni quería exponer esa vulnerabilidad. Ni podría superar el rechazo o la mofa. Así que no le dije nada… Ni dije nada cuando, después de un rato de magreo en un sofá, me subió el vestido, apartó la ropa interior y me la metió y siguió a lo suyo sin preocuparse de si estaba lubricada, si esta disfrutando o cualquier otra consideración sobre la chica con la que estaba haciéndolo. Se me hizo eterno porque estaba deseando que terminase para irme de allí. Yo no sé mucho, pero tuvo que darse cuenta de que estaba rígida como una tabla y cero participativa. Y le dio exactamente igual. No volví a saber de él después de aquella cita terrible, pero tampoco me quedaron ganas de verlo más. Y, bueno, aquí estoy, decidida a intentarlo de nuevo pero con alguien a quien conozca mejor y con quien me sienta más segura.

 

 

¿Qué pensáis de las experiencias de estas amigas?

¿Creéis que la edad es un factor importante en esta cuestión?

 

Podéis enviarnos vuestras movidas a [email protected]