Yo cuando me muera quiero que en mi epitafio ponga en letras inmensas: TRIUNFÓ EN TODO SALVO EN ESO DE SER CONSTANTE. Porque hay que ser realistas hasta el final, y si de algo me tengo que arrepentir en mi vida, es de no haber sido capaz de terminar un millón de proyectos que comencé ilusionada como una cría.

Lógicamente eso de ser constante hay ocasiones en las que es imprescindible como el comer. Lo que supone que no ser fiel a tus propios planes deriva en que todo se vaya literalmente a la mierda. ¿Y lo mal que se siente una entonces? ¿Y lo terrible que es explicarles a los demás que has vuelto a fracasar? Pero qué digo, si no he sido constante ni dando explicaciones… Al menos soy sincera.

Por lo tanto, los millones de veces que he pretendido ponerme a dieta en toda mi existencia, que no han sido pocos, han dado lugar a una maravillosa retahíla de excusas dignas del mejor guionista de comedia. Porque tú amaneces un puto lunes (que, joder, a quién se le ocurre eliminar los carbohidratos y las grasas trans de su vida un lunes) decidida a comerte el mundo, o al menos todo lo que sea light, y esa misma noche ya estás valorando los pros y los contras de tu decisión. Y todo son contras, ya lo digo.

Offset Collage se marcó una locura de camiseta con la pedazo de frase que versa en este titular, y yo les he concedido un millón de minipuntos y aplausos por tanta genialidad. Ya era hora de ser sinceros con uno mismo, porque si le doy tantas vueltas a las cosas es porque sé que ese no es mi camino, y punto.

Y aquí están algunos motivos para amanecer un martes y dejar a un lado la dieta. Tomad nota, amigas.

1. Que te llame tu follamigo el lunes por la tarde, y después de echar un polvazo te proponga unas cervecitas fresquitas. Lúpulo, cebada… y a la mierda todo.

2. Olvidar que esta noche hay capitulazo pendiente de Stranger Things, y a mí que alguien me explique cómo veo tremenda serie con unos crudités sobre la mesa. Eso es un insulto casi fijo. Pizza, cola (light) y si eso un heladito para pasar el sofoco final.

3. El cine en general, y la maceta de palomitas en concreto. Has tenido un lunes de mierda y lo único que puede salvarlo es pasar una noche de peliculón con tu bestie y una sala casi vacía. Te vienes arriba y te metes en el bolso una frutita ultra sana para pasar la gusa del momento. Pero… ohhh… te confiscan la comida en la entrada. Es el destino, al cine no se viene a hacer dieta.

4. Has desayunado una infusión con sacarina, te has comido una zanahoria cruda y un plato de pavo a la plancha aderezado con bien de limón. Has vaciado los cajones de tu escritorio de todo producto prohibido. Y justo cuando sales de currar, tu amiga te llama para que la acompañes a la inauguración de una tienda hiper genial para chicas curvy. Encuentras el paraíso de la moda, ese en el que todo te gusta, donde todo te sienta de fábula y te ves a tope. Entonces recuerdas que estás buenísima con, o sin dieta.

5. La fuerza de voluntad es poderosa en ti y has conseguido aguantar todo un día de menú estricto a base de realfood hipocalórica. Hace un calor de los mil demonios y, ya que no puedes dormir, decides encender la televisión a ver si la programación te acuna. Programa de cocina, un hombre prepara con soltura una lemon pie súper apetecible. Recuerdas que tienes helado de limón en la nevera. No, no debo, pero está ahí, a unos metros… Media hora después descansas a pierna suelta todavía con el regusto dulce y ácido del sorbete en tu boca.

Podría seguir, lo juro, pero temo que mi enumeración dé lugar a malas interpretaciones. Que se me ponga verde por hacer apología de mi volubilidad como si fallar en mis objetivos fuese la reostia. Y ya os digo, lamentar mis errores es un clásico, pero estoy segura de que si no soy capaz de tirar adelante con una dieta es porque, en el fondo, me encanto tal y como soy.

 

Redacción WLS