Freidoras de aire Vs. chupitos de Jager. Cuando tus amigas de siempre y tú vivís en mundos opuestos.

 

Jueves. 6 de la tarde. Tus endorfinas ya notan que el viernes está aquí, que ya casi lo tocas, y sacas ese esmalte rojo Valentino (o algo así) que te acabas de comprar en Mercadona. Cuando la punta de la brocha roza la uña pulgar, la realidad te invade sin clemencia alguna y derramas el tarro, tiñendo el hule que te compró tu madre cuando te independizaste. El viernes ya está aquí, sí. Y después será sábado. El abismo que tienes dentro se hace aún más profundo. FIN DE SEMANA. Esas palabras malditas que te recuerdan que tus amigas pasan de ti.

Antes de que los llantos infantiles y los tipos de caca acaparasen sus vidas, tus amigas siempre estaban dispuestas a coleccionar sellos de bares en las muñecas y a maridar la cerveza con horas de críticas a tíos. Su amistad era el último reducto de la vida despreocupada y ligera de los veinte. Ahora, quedar con ellas (¿Has llegado a suplicarles? Yo, sí) te hace sentir como en la primera clase de la escuela de idiomas. La persona de enfrente te habla en un lenguaje que te esfuerzas muchísimo en comprender, pero solo te frustras y acabas asintiendo a todo.

Pero lo peor no es eso. Lo peor no es que a tu amiga de siempre, a la que le sujetabas el pelo para potar y cuyo clítoris has visto unas cuantas veces, haya sido poseída por una madre insomne y que huele a Nenuco. Lo peor es que te ves reflejada en sus ojos. Y es un reflejo bastante patético. 

Mientras quien pensabas que sería tu alma gemela para siempre te habla de cólicos de neonato y te enseña la misma foto de su hijo tomada desde más encuadres de los que creías posibles, tú hablas de vómitos por exceso de chupitos y enseñas los moratones que te deja la barra de pole dance. Esa a la que te agarras cada martes con la misma fuerza con la que te agarras a los treinta y pocos. Y tu amiga te sonríe apretando los labios. En el peor de los casos, suelta un “je je”. Intenta parecer interesada, sí (es madre, pero aún tiene sentimientos), pero casi piensa en voz alta. “Ay, qué pena que aún no haya encontrado a nadie”. “Se la ve triste”. “Hace cosas de quinceañera”. 

¡CUIDADO! Si te dejas cegar por estos juicios tóxicos como Frodo por El Anillo de Poder, es probable que te quedes sin dos cosas: sin autoestima y sin tu amiga. Relativiza, reconcíliate con tus decisiones vitales, defiéndelas. Nuestra vida es eso, nuestra. Y, si lo que tienes en común con tus best friends forever empieza a menguar, acepta que habéis escogido caminos diferentes, y que esa diferencia puede enriquecer vuestros puntos de vista.

¿La solución? No la tengo, pero es posible que tenga algo que ver con raptar a tu amiga de vez en cuando e invitarla a un par de copas. Algo me dice que la borracha que era aún sigue ahí dentro. 

 

Berta G.