*Ruidos de tambores*

*Aplausos entre el público*

Sí amigos, al fin ha llegado el segundo fascículo de la guía definitiva para conocer gente nueva, un manual más esperado que el abrazo de Chenoa y Bisbal en el reencuentro de Operación Triunfo. Bueno, igual no tanto. En la primera parte de la guía hablamos de los lugares donde surge la magia de la amistad -si no la has leído no sé a qué estás esperando-, y hoy, destrozando el mito de que las segundas partes nunca fueron buenas, conoceremos el “cómo”. ¿Cómo? Sí, el cómo, es decir, las reglas de actitud que debemos seguir a la hora de conocer gente.

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Paso 2: ¿Qué necesito para conocer gente?

Aunque sea obvio, intentarlo. No vas a hacer amigos jugando al solitario en el sofá. Los bebés no los traen las cigüeñas, hace falta un papá y una mamá recreando porno duro en la comodidad de una cama, un ascensor, o un baño público, libre elección. Lo mismo sucede con los amigos, pero sin los líos paternales ni el sexo (o eso creo). En resumidas cuentas, hacen falta dos personas, y no encontrarás a la otra mitad del Team Rocket en el baño de tu casa.

Si lo intentas ya tendrás hecha más de la mitad del camino, pero hay algo que te hará más fácil el recorrido: la actitud. La actitud no depende de tu espontaneidad ni de tu gracia, sino de cómo introduces las «leyes de la amistad» en tu día a día.

  • Empieza presentándote.

Puedes empezar cantando Bohemian Rhapsody, eso siempre triunfa, pero la mejor manera de romper el hielo es con un simple «hola + tu nombre + sonrisa». El saludo vulcaniano también está bien, lo que más te mole. Lo lógico es que siga la conversación y, como mínimo, te diga su nombre. En ese punto ya tendréis el nivel de confianza necesario para que preguntes con toda tu gracia y salero por aquello que te ha hecho fijarte en la otra persona. «Me encanta tu labial, ¿de qué marca es? Llevo buscando uno de ese color meses» o, si es tu primer día de clase puedes recurrir a algo tan fácil y socorrido como «¿Qué tal la primera impresión de nuestra nueva segunda casa?». Lo más difícil de conocer gente es dar ese pasito inicial, así que ya puedes coger aire.

En realidad no importa mucho lo que digas, sino cómo lo hagas. Si eres amable y educado cualquier frase es buena para causar una primera impresión de 10. Cuando hay un clima agradable, por norma general, la conversación irá sobre ruedas, pero si notas que hay algún temido silencio incómodo puedes preguntarle sus gustos y aficiones, y así encontrar detalles en común que den pie a una charla más profunda.

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  • Los nervios son normales.

Se suele decir que lo más importante a la hora de entablar una conversación es demostrar seguridad en nosotros mismos, y lo curioso es que esta opinión contrasta con el hecho de que alrededor del 80 por ciento de la población se siente nerviosa cuando habla por primera vez con alguien. Parece ser que “el acojone” inicial no es solo cosa de las personas tímidas.

Estar un poco más nervioso de lo habitual no es el fin del mundo, además puede ser una ventaja en la conversación ya que la otra persona, al notar tu intranquilidad, empatizará más contigo estrechando el vínculo inicial. Eso sí, dejemos algo claro, estar nervioso no es sinónimo de paralizarte por el miedo. Lo ideal es que te muestres tal cual eres, no intentes fingir ser alguien opuesto a ti porque esa disparidad de la personalidad será la que te cause una mayor confusión, y en consecuencia los nervios. Una forma de evitar el nerviosismo es concentrarte en las palabras y en el comportamiento de tu interlocutor, así no estarás tan ensimismado en ti mismo y dejarás de pensar «¿Lo estaré haciendo bien? ¿Y si no?». A medida que la conversación vaya fluyendo, verás cómo esa preocupación se transforma en soltura y en seguridad, sin que tengas que fingir nada.

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  • Hay que saber escuchar.

Es hora de aprender lo que significa “escucha activa”. ¿Alguna vez has sentido que te están oyendo, pero no escuchando? Pues en eso último se centra esta habilidad. La escucha activa es como tocar la guitarra, con la práctica mejoras. Consiste en escuchar a la otra persona de forma activa, es decir, con concentración plena. Vamos, que no asientas con la cabeza a la vez que repasas la lista de la compra mientras la otra persona te está hablando porque sí, se nota.

Es importante que tu interlocutor note que estás escuchando, además es muy agradable compartir puntos de vista y, si es oportuno, sentirse halagado. Con “halagado” no me refiero a que le vayas comiendo el culo a la otra persona para crear simpatía, porque eso da mucha fatiga y pena, sino en reconocer abiertamente lo que te gusta de él, ya sea una creencia (por ejemplo, «no lo había visto de esa forma, pero me parece interesantísimo»), una historia («pues yo creo que hiciste lo que tenías que hacer») o un gusto personal («a mí también me encanta ese grupo de música, qué buen gusto tenemos»). Hazlo siempre con sinceridad, y si no te gusta lo que te está contando o simplemente no estás de acuerdo, puedes decírselo con respeto («me parece una opinión muy interesante, pero yo lo veo de esta otra forma…», «cada persona es un mundo y yo, por ejemplo, lo habría hecho de esta forma…», «no he escuchado muchas canciones de ese grupo, a mí me gusta más…»). No confundas un debate con una bronca. Siempre que seas educado, amable y no quieras quedar por encima de la otra persona, la conversación irá bien.

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  • Nada une más a dos personas que un enemigo común.

Bueno… No es plan de que os pongáis a maquinar un plan para sacar del mapa a vuestros enemigos comunes, pero a medida que vais compartiendo información personal podéis encontrar aquellos detalles que, por simples que parezcan, os unen. A priori conectamos mejor con aquellas personas que se parecen más a nosotros, y en un primer momento suele ser más importante la cantidad que la calidad. A largo plazo nos interesa compartir una “filosofía de vida” o unas “creencias personales” más semejantes, pero en las primeras conversaciones da más chicha encontrar los detalles bobos que os vuelven parecidos.

Encontrar las “7 semejanzas” puede ser difícil cuando no hay confianza o no os conocéis demasiado, pero el proceso para lograrlo es tan sencillo como interesarte más por la otra persona y hablar menos de ti mismo. Si aun así no logras encontrar ningún hobby o gusto en común, siempre puedes recurrir al parecido emocional. Todas las personas del mundo son capaces de conectar a nivel emocional, por eso es tan importante abrirse a los demás y compartir nuestros sentimientos.

Interlocutor — Me gusta mucho hacer deporte, sobre todo nadar. Creo que soy medio pez.

Tú — Pues fíjate tú que a mí nunca me ha llamado la atención la piscina, me parece que yo soy más cactus. ¿Nadas desde siempre?

Interlocutor — Sí, desde que estaba en el instituto. Cuando estaba estresado por los exámenes sacaba una hora para nadar en la piscina, y ahora sigo con ese hábito.

Tú — Igual debería probarlo, que últimamente tengo mucha tensión por el trabajo. A mí lo que más me relaja es ir al cine.

Interlocutor — Ufffff, trabajo… Llevo unas semanas que telita -BINGO, vínculo emocional establecido-. Tengo que hacer un proyecto sobre el nivel de ventas de la empresa y me parece que no sobreviviré a ese caos.

Tú — ¿Y cuándo lo tienes que entregar?

Interlocutor — El miércoles que viene. A lo mejor debería ir al cine para desestresarme y probar tu técnica. ¿Hay alguna buena?

Tú — Pues hay un thriller que tengo muchas ganas de ver, mira a ver si te interesa.

Interlocutor — Me encantan los thrillers -BINGO, vínculo de gustos-. Podríamos ir al martes, que es día del espectador.

Et Voilà! Ya tenéis varios vínculos en común y un plan.

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  • Comparte tu fragilidad.

Hay quien piensa que no hay que abrirse al principio de una amistad, ni mucho menos mostrar nuestras debilidades. Volvemos a la creencia de que “hay que parecer seguros y confiados sí o sí”. Sorry not sorry, pero yo lo veo totalmente al revés.

La fragilidad no nos hace débiles, ¡al contrario!, nos vuelve poderosos. Los estudios sociales señalan que compartir experiencias personales, sentimientos íntimos y, en definitiva, nuestra vulnerabilidad, puede ayudarnos a crear vínculos tan fuertes como una amistad de años, incluso con personas a las que acabamos de conocer. Tiene lógica. El cimiento de la amistad es la confianza, así que al exteriorizar tus miedos e inseguridades estás entregando tu confianza a la otra persona.

Las personas que son dominadas por su temor a quedar mal o a sufrir son incapaces de conectar con alguien por completo. ¿Y si le das la vuelta a la tortilla? Sincérate, confiesa algo que te haga vulnerable sin miedo a que la otra persona lo utilice en tu contra. No hace falta que saques a relucir tu mayor secreto, pero puedes recurrir a tus sueños, relaciones sentimentales fallidas -que de eso tenemos todos-, vínculos familiares telenovelescos, preocupaciones o miedos. Si la otra persona reacciona con interés y/o comparte contigo algo personal, irás por el mejor de los caminos.

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Posiblemente la regla de oro a la hora de conocer gente nueva es no arrepentirse nunca, ni siquiera cuando sufrimos. Los buenos amigos te darán felicidad, los malos te darán enseñanzas, y los de verdad te darán recuerdos. ¿Estás dispuesto a confiar? Pues preparado, listo, YA… ¡Echa a volar!