Me ha costado mucho llegar a donde estoy ahora. Perdí la pierna con 18 años y os estoy escribiendo a los treintaymuchos. He tardado mucho en aceptar mi destino, en ser consciente de cómo tenía que vivir mi vida ahora, en aceptar las cosas a las que tenía que renunciar, pero ahora con la boca grande os puedo contar que me falta una pierna y así es mi vida.
Primero remontemos al momento del accidente… Fue en el coche de un amigo, dentro íbamos él conduciendo, su novia de copiloto, su hijo y yo detrás. Tenían un bebé de dos años, íbamos por la sierra, el niño se puso a llorar, se desabrochó el cinturón, mi amigo se volvió para echarle la bronca y decirle que no podía hacer eso y descarrilamos.
Aunque haya pasado mucho tiempo, sigo teniéndolo todo un poco borroso, pero sé que me solté yo también el cinturón para poder coger al niño que salió volando, lo agarré y lo protegí con mi cuerpo. No recuerdo ya nada más, hasta que me desperté sin pierna en un hospital. Era raro, porque la sentía, pero no estaba ahí. Era como un fantasma.
Llegó la época oscura de la que no me siento nada orgullosa, pero que ahí estuvo y es tan real como todos los demás años de mi vida. Entré en depresión, dejé de hablar, con todo el mundo. Mis padres lo intentaron, mis hermanos lo intentaron, todo el mundo lo intentó y yo me negué.
Solo escupía odio, insultos, bilis. Mi madre falleció dos años después de un ataque al corazón y me sentí echa una mierda, pero no fui al entierro, no salí de mi habitación.
Lloré, lloré y lloré. Pero no hice nada más. No dejé que mi hermana mayor entrara a la habitación a consolarme, no dejé que mi padre me abrazara, no dejé que mi hermano pequeño llorara conmigo.
Así estuve hasta los 25 cuando apareció Encarna. Encarna es mi ángel de la guarda, es una PEDAZO de mujer increíble, va en silla de ruedas, también por accidente, es admirable… La trajeron a mi casa y habló con tanta franqueza, sinceridad, sin tener ni medio ápice de compasión… La adoré, la admiré y la seguí.
Vino desde un pueblo cercano porque había escuchado mi historia, tenía carné de conducir, novio y se quería quedar embarazada. Llevaba una vida de lo más normal y me enseñó que si yo quería podía hacer lo mismo. Me hizo reivindicativa, desde que apareció he exigido al ayuntamiento de mi pueblo rampas, accesibilidad, concienciación.
Aprendí que puedo ser independiente, que puedo currar, que puedo tener mi propia casa. Empecé a trabajar de teleoperadora desde casa a los 26, a los 32 me compré un casita pequeña, un bajo que está todo adaptado a mí. Por casa voy en silla de ruedas y cuando quiero me pongo en pie con las muletas.
Me he apuntado a clases de pintura, tengo dos sobrinos preciosos que derrapan por la casa con mi silla y por lo demás… Por lo demás soy una mujer normal y corriente, a la que le falta una pierna. Tengo días buenos y días malos, momentos mejores y momento peores, tengo mi grupo de amigos, amo el reguetón y me flipa la Navidad.
Me hago mi propia comida, voy a la compra, pongo lavadoras, tengo Tinder… Así es mi vida, mi vida es la de una mujer independiente en pleno siglo XXI que la ha liado mucho, pero que ha conseguido corregirse. He cometido errores, he pedido perdón, me he aprendido a perdonar, he entendido que nada es mi culpa, que la vida es así.
Después de años volví a hablar con mi mejor amigo, el chico que conducía (salieron todos ilesos del accidente), cenaron los tres en mi casa, lloramos mucho (MUCHO), nos abrazamos y nos pedimos perdón todos a todos, nadie estaba orgulloso. Ese día me quité de encima una mochila de cincuenta kilos que iba conmigo a todas partes.
Me falta una pierna y así es mi vida: normal.
Foto de Artem Podrez en Pexels
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