Lee aquí la primera parte.

Nunca el camino a casa se me ha hecho tan largo. Dada la urgencia decidimos coger un taxi, y una vez dentro no puedo ni moverme. Hay tanta tensión sexual acumulada en mí que no me atrevo ni a rozarte. Porque en cuanto lo haga no podré reprimirme.

Y tú lo sabes. Te estás divirtiendo. Pero a este juego podemos jugar los dos. Controlando fijamente al taxista por el retrovisor, empiezo lentamente a subir mi vestido. Me acaricio las piernas y me aproximo a mi sexo, poco a poco, con cuidado, pero sin llegar a rozarlo. Te miro de reojo y veo cómo sigues hipnotizado todos mis movimientos. Cómo te pones tenso y te relames los labios involuntariamente. Me encanta verte así. Acechando.

Apoyo mi espalda hacia atrás, arqueándola levemente y empiezo a acariciarme el clítoris con delicadeza. Se me eriza toda la piel y los pezones se me marcan a través del vestido. Saco la mano de mi sexo y acerco los dedos lentamente a mi boca mientras te miro. Te sonrío y me relamo los labios. Te quedas paralizado y te tocas disimuladamente la entrepierna. Estás a punto de reventar. Y yo sólo puedo pensar en el festín que me espera al llegar a casa.

  • Creo que cuando llegue a casa voy a picar algo. Me he quedado con hambre.
  • Me parece bien. A mí la cena también me ha sabido a poco.

Recoloco lentamente mi ropa y me preparo para bajar. Estamos llegando a casa.

Bajamos lentamente del taxi y nos dirigimos a la puerta de entrada. Una vez dentro me adelanto y llamo al ascensor. Al girarme ya te tengo sobre mí, buscando mi boca con desesperación. Nos pueden ver desde la calle, pero a estas alturas nos da igual. Sólo pensamos el uno en el otro y en todo lo que queremos hacernos.

No me doy cuenta y ya estoy dentro del ascensor, con el bolso en el suelo y tus manos debajo de mi vestido viajando a mil por hora por todo mi cuerpo. Mis pechos, mi culo, mi sexo. Me muerdes lentamente la oreja y el cuello mientras bajas a mis pechos, que ya están más fuera que dentro del vestido. Te pierdes en ellos y yo ya no puedo más. Empiezo a liberar todos los gemidos que tenía reprimidos.

Noto tu erección y te desabrocho el pantalón con premura. Te empujo contra el espejo y empiezo a bajar. Por fin. Mi parte favorita de tu cuerpo firme y reluciente para saborearla. Y empiezo con delicadeza, relamiendo cada rincón con devoción. Hasta que las ganas me pueden y me la meto hasta el fondo. Como a ti te gusta. Se te escapa un gemido de placer mientras me coges delicadamente del pelo:

  • Joder cariño. Vaya nochecita te espera.

Un, dos, tres sacudidas y llegamos a nuestro piso. Siempre nos hemos quejado de que vivir en un noveno hace el trayecto del ascensor eterno, pero hoy se nos ha hecho más corto que nunca.

Salimos a trompicones del ascensor y me dirijo precipitadamente a la puerta. Necesito entrar  y saciarme de ti. Intento abrir, pero tenerte detrás mientras me besas el cuello no me ayuda a concentrarme.

Por fin lo consigo y entramos. Nada más entrar cierro la puerta tras de ti y te empujo contra a ella para continuar lo que había empezado en el ascensor. Empiezo a chupar con ansia. Disfrutando de cada rincón, mientras te miro desde abajo y me relamo los labios de vez en cuando.

Pero cuando veo que ya no puedes más me detengo. Veo tu cara de desconcierto y me levanto. Te beso apasionadamente en los labios y me doy media vuelta mientras me voy quitando el vestido y me quedo sólo con las medias y los tacones.

  • A mí nadie me deja a medias. Así que ahora, ven a acabarte el postre, que yo luego me acabaré el mío.

Y mientras camino hacia el dormitorio te oigo resoplar. Pero una vez más, te siento siguiendo mis pasos.

 

 

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