Había sido una semana de mierda. Mis avances con el chico nuevo habían sido nulos, lo cual se explicó perfectamente cuando hoy a la salida del trabajo ha venido a recogerle su novia. Me fui a casa con mis ilusiones pisoteadas y pensando que si quería algo de acción pronto iba a tener que meterme a Tinder definitivamente.

Decidí que era el día de mimarme así que llené la bañera con agua caliente, encendí las velas alrededor y eché mis sales preferidas.

Me desnudé en el baño que se iba llenando de vapor. Me miré en el espejo y admiré mis curvas. Adoraba mi cuerpo, pero últimamente lo había ignorado. Mi última ruptura me había apagado la libido y hacía meses que no me tocaba. Pero mi cuerpo se merecía más que eso; me merecía disfrutar de mi misma.

Me dispuse a meterme a la bañera y sentí mi cuerpo relajarse simplemente con meter mis pies en el agua caliente. Lentamente fui descendiendo hasta la cintura. El agua me hacía sentir en una nube, arropada pero voluptuosa y desnuda bajo su manto. Cogí agua con las manos y me la eché por el pecho. Las gotas me cosquillearon al bajar, rodeando mis pezones. La sensación desencadenó una serie de recuerdos que pensaba olvidados. Recordé la última vez que me habían tocado con esa delicadeza. Echaba de menos esa sensación, así que comencé a imitar mis recuerdos.

Me acaricié los pechos, aun contemplando mi cuerpo. Rocé mis pezones y los pellizqué. Cuando retiré las manos el agua se enfrió, endureciéndolos. Me dejé resbalar hasta que solo quedó mi cabeza fuera del agua. Mi imaginación volvió a mis recuerdos, a como sus manos me hacían sentir indispensable, y su boca, irresistible. Mi temperatura estaba subiendo, y no era solo por el agua. Sin darme cuenta, con la punta de los dedos empecé a acariciarme el vientre, recordando sus dedos sobre mis curvas. Al moverme, generaba pequeñas corrientes de agua que me rozaban como si fuesen más manos deleitándose con mi cuerpo.

En mi cabeza las escenas se sucedían y él bajaba por mi cuerpo, recorriendo mi abdomen con su lengua, pausando para devorar a mordiscos mis ingles.

El vapor se condensaba sobre mi piel y las gotas caían por mi cuello, como caricias mojadas. Abrí las piernas, y el agua caliente tocando mi sexo me recordó a su lengua. La humedad y mis dedos me ayudaron a seguir mi fantasía.

Comencé acariciando mis labios, moviéndome despacio hacia el interior. Recordé como él solía meter sus dedos dentro de mi, mientras me besaba entre los pechos. Mis dedos siguieron el mismo camino, explorando. Recordé como empezaba a moverlos, encontrando siempre ese punto que me hacía gemir y apretarle contra mi. Apenas había metido yo mis dedos dentro, econtré ese mismo punto y mi espalda se arqueó, pidiendo más. Recordé como yo devoraba sus labios cuando él pasaba a tocarme el clítoris con la otra mano. Como sabía calcularlo para seguir con la boca lo que había empezado con los dedos en el momento preciso. La mano que no estaba entretenida masajeándo mi interior se deslizó hacia ese pequeño bulto de placer. Mordiéndome los labios, comencé a jadear.

Recordé como él entraba en mi, tanteando el terreno, y como me mordía el cuello cuando yo le rodeaba con las piernas.

Empezábamos despacio, con besos lentos y profundos, pero pronto subíamos la velocidad y los besos se tornaban en mordiscos y lametazos que me hacían desvanecer. La imagen de su cuerpo moviéndose encima de mi funcionó igual de bien que en aquellos recuerdos y llegué en la bañera con un último gemido.

Me quedé un rato en el agua, disfrutando aun del calor que quedaba. Me lavé el cuerpo con delicadeza, sonriendo para mi. Mi frustración del día había desaparecido, y estaba segura de que iba a estar desaparecida mucho tiempo más. ¿Quién necesita una cita con un extraño, cuando la puedes tener contigo misma?

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