Hoy empieza mi huelga de sexo.
Pues eso: conocer gente es un coñazo y si encima esa gente es un coñazo, aún más.

Hace casi 6 años tuve una primera cita. Media hora antes de que el tío en cuestión me recogiera de casa estuve despotricando por teléfono con mi mejor amiga diciendo que estaba HARTA de conocer gente, que llevaba DIEZ AÑOS dándome a conocer con fulanos y adefesios, que BASTA de esas entrevistas eternas que son las primeras citas y que si esta no iba bien, que sería la última en mucho pero mucho tiempo. Fue una última primera cita pero porque fue relativamente acertada: no nos quisimos matar y procedimos a volvernos novios como la gente de bien que ambos queríamos ser.

Fuimos novios por cuatro años y durante ese largo tiempo pasó algo fantástico: NO TUVE PRIMERAS CITAS. A veces pienso que sólo estuve con él para ahorrármelas: intento recordar cosas chachis de esos años pero lo único que me viene a la mente son las noches de los sábados en pijama y los domingos de 3×1 del Telepizza #prioridades

Pero los despropósitos se acaban, volví al mercado y, ¿sabes tú que es lo más guay de estar de vuelta en el mercado?
NADA.

Porque el mercado apesta. Conocer gente es lo peor.

Me refiero básicamente a conocer gente así, en plan «Si todo esto va bien, encontrémonos luego en tu colchón de viscolástica para dar brincos como monos envueltos en sábanas del Zara Home», porque todos sabemos que conocer amigos es otro rollo. Te pones tu sudadera del Primark (ducha opcional), te empujas sin asco una Big Mac y luego de exclamar «Adiós, me aburres» te vas a tu casa tan feliz a seguir rajando por el whatsapp, sin asomo de «¿y qué pensará? ¿le caí bien? ¿le caí mal? ¿fui lo suficientemente lista e interesante y mona y lista y MONA? ¿Me llamará? ¿Me llamará? ¿POR QUÉ NO ME LLAMA?»

Agotador.

Llevo dos años conociendo gente, tanto en plan amichi como en plan colchonismo. A los amichis los quiero con el alma y de los colchoneros me llevo millones de anécdotas, actos de desaparición al estilo Houdini, una que otra mini-tragedia y apodos para aburrir. Mi favorito será por siempre «el Hipotecas», una de esas citas fallidas que contra todas las leyes del universo de las citas se transformó en amichi (¡Holi!) y cuya existencia me ha hecho tener la siguiente epifanía:

¿De cuánta gente maja (con potencial amichi) me estoy privando por empeñarme en empezar por el colchón y no por el sofá? (Que sí, que en el sofá también se folla, pero entiende mi punto por los clavos de cristo.) ¿Hasta qué punto el velo obnubilador de un posible encamamiento me ciega parcialmente y no me deja ver a la otra persona en su mejor luz? ¿A cuánta gente gilipollas dejo entrar a mi vida (y a mis inseguridades, mis miedos y tristezas) sólo por echar un polvo? Y lo que es más importante: ¿Hasta qué punto me vuelvo una loca del coño y dejo de ser yo (con mis abismos y mis genialidades) cuando me enfrento a alguien en plan colchonismo, en oposición a la espontaneidad y familiaridad con la que me entrego a conocer a mis amichis?

WHY.

Luego de la cita con el Hipotecas ambos salimos corriendo en direcciones opuestas y gritando “Mamáaaaa un monstruoooooo” pero por alguna misteriosa razón mantuvimos el contacto y puedo decir que, a día de hoy, no lo odio somos amichis. No sé bien cómo ni por qué, pero mola.

Así que hoy me declaro en huelga de sexo y cuelgo las bragas. Si vuelve por ahí un empotrador conocido (a quien no tengo ya que darme el trabajo de conocer) pues oiga, mi puerta está abierta y la entrepierna también (#entrepiernadignidad) y mis amichis ya saben que mi casa = su casa y que el último que se va apaga la luz. Pero, por lo pronto, paso de primeras citas. De ese chispazo eléctrico en la columna cuando quedas con alguien en un bar. De ser la más guay y la más cool y qué tanta máscara más. De darme a conocer una y otra y otra vez y abrir las puertas del corazón, que cuesta tantísimo más que abrir las puertas de la entrepierna (lo dicho). De conocer gente que es aún más coñazo que yo. Colchonismo no more. Vengan a mí las Big Mac y dormir sin interrogantes.

Y esta soy yo, despotricando, en un mundo donde no existen reglas para las relaciones (ni fórmulas precisas, ni matemáticas exactas) y donde, hoy por hoy, no me apetece empezar la casa por el colchón.