La boda de mi amiga, un austríaco y un lefazo en la cara

Hace unos años una amiga se casó e invitó a mucha gente, entre otros, a sus amigos de la Erasmus. Se comprende que hizo mucha piña con ellos y no quería que faltaran los más íntimos, pero, por circunstancias de la vida solo pudo venir uno de ellos: un austríaco que estaba para mojar pan y cargarte baguette entera de tanto mojar. 

Como el chico vino solo y éramos de la misma quinta, nos lo sentó en mi mesa y me pidió que estuviera pendiente para que no se sintiera muy fuera de lugar. Este privilegio me fue concedido por hablar inglés, básicamente, porque el chico no entendía ni papa de español. Y sí, es cierto que le eché un capote, porque al principio de la tarde estaba más perdido que una gamba en un garaje, así que le presenté a los de la mesa. Para cuando pasamos del cóctel al comedor, el austriaco ya se había metido para el cuerpo 5 botellines por lo menos y hablaba el idioma universal: el cogorcense.

Entre lo contentillo que iba y que no dejaba de ser una boda, el tío me empezó a tirar la caña.

Yo no daba crédito porque había muchas otras solteras y de muy buen ver; supongo que hacer de intérprete tiene sus ventajas. Yo había ido a jugar, así que me dejé arrastrar por esa corriente de coqueteo y cerveceo. Con el baile de los novios se abrió la barra libre, a lo que el chico me cogió por la cintura y me pregunto que qué quería tomar. Yo que le había seguido más o menos el ritmo, necesitaba una pausa.

austríaco

No porque me sintiera muy borracha, sino porque era incapaz de ingerir más líquido. Se lo dije así, claramente, a lo que me contestó que bueno, que él se iba a pedir una copa y luego venía a buscarme. 

Como la cola para las copas era kilométrica, pensé que me daba tiempo a ir a mear y volver, porque claro, con lo que llevaba bebido la vejiga me iba estallar. Le dije a una de mis amigas que no lo perdiera de vista y que si acababa antes que yo (también había cola para el baño) que me esperase junto a la puerta del aseo. Cuál fue mi sorpresa, que al salir del baño me lo encuentro, con la copa a la mitad, me agarra otra vez por la cintura y se me queda mirando entre intenso y muy borracho. Me dijo que tenía muchas ganas de besarme y me adelanté a comerle toda la boca. En cuestión de segundos la cosa se calentó muchísimo, y lo único que se me ocurría era buscar un sitio íntimo para darnos un homenaje. 

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Lo metí para el baño de señoras y nos encerramos en el de minusválidos con idea de estar más amplios. Cuando se bajó los gayumbos lo vi que estaba como a medio empalmarse y deduje que el alcohol le estaba jugando una mala pasada. Total, que entre morreo y morreo me puse a darle cariñito a la zona y con la tontería empecé a pajearlo. No un pajeo intenso, pero sí como para conseguir que el asunto se pusiera alegre del todo, pero en cuestión de segundos… zas. Se empezó a correr en plan manguera a propulsión de tal forma que no nos dio tiempo de reaccionar a ninguno de los dos. Me roció la cara, el vestido, los hombros, las manos… me salpicó por todos lados. Lo único que se salvó fue el pelo y porque lo llevaba recogido en un moño. 

El chico no paraba de pedirme disculpas y yo lo tranquilizaba, pero al mismo tiempo me estaba cagando en todo su linaje porque no sabía cómo coño quitarle la mancha a mi vestido. De repente el tul rosa se había convertido en nata-fresa. Daba igual que lo frotara con jabón, que la silueta de la mancha seguía visible. Lo peor sin duda fue el lefazo en la cara, que casi me entra en un ojo, y el cual me acabó limpiando él, porque el aseo de minusválidos no tenía espejo.

De la vergüenza que le entró se quitó de en medio nada más salimos del baño y no volvimos a cruzar palabra, dejándome de regalo un buen calentón y un gasto imprevisto en la tintorería. 

 

ELE MANDARINA