Recuerdo cuando mi novio me puso en una situación que nunca imaginé. Todo empezó cuando adoptamos a Luna, una gatita atigrada que robó mi corazón desde el primer día. Era juguetona, cariñosa y se convirtió en una parte esencial de mi vida.

Sin embargo, él no parecía compartir el mismo entusiasmo por Luna, poco a poco comenzaron a surgir problemas. Decía que la gata ensuciaba demasiado, que perdía mucho pelo y que le causaba alergias. Intenté mantener la paz entre ellos, pero la tensión en casa era evidente.

En realidad me costó bastante aceptarlo, pero llegó un punto en el que no podía evitar darme cuenta de la actitud de mi novio hacia la gata. Desde el momento en que Luna llegó a nuestras vidas, noté una distancia fría por parte de mi novio. Evitaba acariciarla o jugar con ella, y a menudo la ignoraba por completo. Sus gestos eran rígidos y su actitud distante, como si Luna fuera una intrusa en nuestro hogar en lugar de un miembro querido de la familia. Incluso cuando Luna buscaba afecto, él la apartaba con brusquedad, dejando claro que no tenía interés en formar un vínculo con ella. Era evidente que su falta de conexión con Luna estaba afectando nuestra relación y creando una tensión constante en casa.

Un día, tras una discusión sobre Luna, mi novio me sorprendió con una declaración que me heló la sangre. «Es ella o yo», dijo, con una mirada que os juro que desprendía odio. No podía creer que me estuviera haciendo elegir entre mi mascota y él. 

Intenté durante horas hacerle entrar en razón, explicarle que una mascota no es algo que puedas simplemente abandonar. Le dije que Luna formaba parte de mi vida, hasta tal punto que la consideraba parte de mi familia. Él me dijo que eso le parecía una gilipollez. Sentí un nudo en el estómago y me vi obligada a tomar una decisión que nunca pensé que tendría que tomar.

Después de reflexionar durante horas, llegué a una conclusión dolorosa pero clara. No podía sacrificar a Luna por alguien que no aceptaba una parte importante de mí. Me enfrenté a mi novio y le dije que, como le había explicado, no podía abandonar a mi gata. Así que, lo nuestro se había acabado. Aunque trató de convencerme de lo contrario, su actitud inflexible me hizo darme cuenta de que tal vez no éramos compatibles después de todo.

Con el corazón roto pero con la certeza de que estaba haciendo lo correcto, nuestra relación había llegado a su fin. Fue difícil y emocional, pero también liberador. Sabía que había tomado la decisión correcta al priorizar a Luna y a mi propia felicidad.

Desde entonces, Luna y yo hemos formado un equipo inseparable. Su presencia continúa iluminando mi vida, recordándome que nunca debería comprometerme con alguien que no acepte todas las partes de mí, incluidas mis mascotas. Y aunque mi historia de amor llegó a su fin, la historia de Luna y yo está lejos de terminar.