Querida mamá.

Después de tantos años, cuando tengo fiebre y no puedo levantarme de la cama todavía sigo llamándote. Lo malo es que nos sobran unos cuantos kilómetros y nadie hace la sopa como tú. Después pienso en lo pesada que te pondrías si estuviese en casa. Cierro los ojos y te veo tapándome cada cinco minutos para que no coja frío y recordándome una y otra vez que me ponga las zapatillas de andar por casa, porque por los pies se cogen los catarros. A veces me sacas de quicio.

Gracias por enseñarme que las palabras de amor nunca están de más y que incluso un pequeño rayo de luz es capaz de iluminar los momentos más oscuros.

El problema es que tengo poca paciencia y salto como una escopeta, entonces tú, que te pareces tanto a mí –o más bien yo a ti–, me sigues el juego y acabamos discutiendo. Estamos hechas la una para la otra. No cambiaría nada de ti.

Menos mal que nunca cumpliste eso de “el día menos pensado me voy de casa y no me veis más el pelo”, porque no sé qué habríamos hecho sin ti. Los gatos se habrían muerto de pena o papá de aburrimiento, y nosotros dos estaríamos perdidos. Por suerte te quedaste, con los nervios a flor de piel pero al pie del cañón. No sé si es más apropiado que te de las gracias o que te pida perdón. Al fin y al cabo no te lo hemos puesto fácil.

Gracias por darlo todo sin pedir nunca nada a cambio. Sé que si te pido que compres unas bragas tú coges cinco, y que si digo que vuelvo a casa a las cuatro tú me esperas despierta desde las dos.

Entonces yo te miro, y sin querer se me pegan tus manías. Somos las de los “¿Te imaginas que de repente…?”, las que dan golpes cuando se ríen, las que se preguntan porque no adelgazan mientras comen chocolate, las que cogen el coche para todo, las que prefieren ir al mercadillo que al Zara, las que ven cien veces las películas de los domingos y las que se creen las historias de miedo. Las miopes y las valientes. No nos sale el papel de madre e hija a la perfección, pero lo hacemos lo mejor que podemos.

Gracias por poner a Juan Pardo a las 9 de la mañana todos los domingos de mi infancia. Antes lo odiaba con todo mi corazón, pero ahora lo doy todo escuchando sus canciones – aunque soy más de Raphael–.

Hemos hecho de nuestro hogar un caos. “Cuando vengas a casa ordenas tu armario”, y yo te digo que sí, pero han pasado dos años desde que me fui y todavía no he empezado a colocar los cajones. Eso sí, te arreglo el móvil cada vez que vengo, porque mucho Facebook pero todavía confundes el 4G con los cuatro gigas y luego se te acaban los datos a primeros de mes.

Somos un par de desastres con patas. A ti se te acaba la batería del móvil en dos horas y a mí se me queman siempre las lentejas. Tú llevas la procesión por dentro y yo acabo llorando por todo. ¿Cuándo aprenderemos un poquito más la una de la otra?

Gracias por creer en mí cuando yo no soy capaz. Nunca dejes de comentar en el Facebook de Weloversize, aunque a veces me ponga roja por tu orgullo de madre.

Veo el miedo en tus ojos cuando lees en WhatsApp “he tenido un día de mierda”, por eso sé que no puedo hacer nada para que no sientas un escalofrío cada vez que recuerdas que los verdaderos monstruos no están fuera, sino dentro de nosotros. Mamá, somos fuertes, nos has hecho fuertes, y ni la depresión ni la ansiedad podrán vencernos.  Ya sabes, caer está permitido pero levantarse es obligatorio.

Gracias por compartirme con las dos mujeres más maravillosas, generosas y compasivas del mundo. Mi tía y mi abuela, mis otras dos madres.

Siendo sincera terminaré de escribir este texto y habré sido incapaz de plasmar todo lo que siento por ti, lo lleno que está mi corazón cuando te veo feliz y lo precioso que es el brillo de tus ojos. Pasarán los años y yo seguiré rebuscando entre las fotos, riéndome de tus pintas subida a la vespino de papá y jugando a imaginar historias mientras vamos del brazo por las calles de nuestra pequeña ciudad. Veré en tu mirada mi futuro, y me sentiré aliviada pensando que algún día seré una parte de todo lo que tú eres.

Ojalá te vieras con mis ojos, mamá. Preciosa, bondadosa y risueña.

Gracias por ser tú.

Imagen de portada.